Hace poco me dirigía hacia la central de autobuses para ir a mi casa a pasar el fin de semana y realicé la excelente elección de utilizar el transporte público de la ciudad de México, caminé un poco para tomar la “pesera” (de pesos moneda nacional y no de peces animalitos acuáticos) que es como se llama cariñosamente a los microbuses que dan servicio de taxis colectivos y pude ser testigo de su magnífica atención y preocupación por la satisfacción del cliente.
Me paré en la banqueta a esperar un ratito a que pasara ese bonito transporte, mismo que casi no se demoró, cuando se aproximaba crucé una mirada de inteligencia con el chofer a través del parabrisas y pude detectar que al mismo tiempo que quedó enterado de mi intención de abordar, calibró mi aspecto y decidió poner a prueba mis capacidades físicas, seguramente con la intención de reforzar mi autoestima, frenó su flamante vehículo y en el momento que yo apoyaba el pie derecho para subir arrancó de inmediato, al tiempo que me decía “súbase en chinga joven que nos vamos a ir de volada pa’ que no se les haga tarde” obligándome a realizar un movimiento felino para proyectar mi cuerpo, con gracia y agilidad, hacia el interior del automotor evitando rodar por el pavimento, el chofer se sonrió y me dijo “ya ve, por no subirse en chinga casi se da en la madre, póngase a la vivas joven, lo bueno es que se alcanzó a alivianar” agradecí la preocupación y las atenciones que puso de manifiesto el amable conductor que no obstante la tensión de su trabajo, se aseguraba de que no se nos hiciera tarde, reconocía mi buen estado físico llamándome joven en repetidas ocasiones y me compartía un trozo de su sabiduría al aconsejarme que mantuviera mis sentidos alerta.
Durante el trayecto, que realicé de pie en el pasillo ya que los asientos estaban ocupados por otros pasajeros, tuve que ir medio encorvado y sacando la cabeza por el hueco de uno de los respiraderos del microbús, ya que estos a transportes son de techo bajo (diseñados para personas de 1.60 metros como máximo y yo mido 1.88), lo que constituía un nuevo reto para mi capacidad física que superé adoptando una postura similar a las del yoga. Pude disfrutar de 15 minutos de entrenamiento por aceleración gracias a las vibraciones del pesero, así como a las frenadas y arrancones que me obligaban a sujetarme con firmeza y mantener el equilibrio, con lo que el trabajador del volante se aseguraba de que su consejo de que me pusiera “a las vivas” lograra fijarse en mi mente, al mismo tiempo escuchábamos a un volumen esplendido una destacada selección de música salsa en un exquisito ensamble realizado por “Sonido la Cha Cha Cha Changa”, todo un clásico de la época de los sonideros en la capital del País, que nos trajo bellos recuerdos a todos los pasajeros, eso sin mencionar una agradable y rica exposición de artículos relacionados con el equipo “América” que incluía un aguilita de peluche que colgaba del retrovisor, una toalla amarilla con azul con el escudo del equipo estampado con la que cubría el respaldo de su asiento para mayor confort, un poster del equipo pegado en la ventanilla y por supuesto la playera del equipo vestida con garbo y elegancia por el conductor, lo que me hizo suponer que podia tratarse de un seguidor de ese club.
Lo más increíble es que todo esto me costó ¡solo tres pesos! Una ganga si tomamos en cuenta el valor agregado que dan todas las amenidades que he descrito y que potencializan lo que en otras ciudades pudiera ser un simple servicio de transporte.
Y sí, llegamos “de volada” al metro, que por cierto, merece una mención a parte.
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