De verdad resulta sorprendente que la foto de la viznaga “Lengua del Demonio” (así con “v” y no con “b” como se empeña en ponerlo mi computadora), y las palabras sobre los chilitos hayan despertado tantos recuerdos y merecido tantos comentarios, así que ya entrados en eso de recordar voy a tratar de referir poco a poco, todos los frutos silvestres y otras cosas de Vistahermosa de las que me acuerdo y que tuve oportunidad de conocer.
Además de las vacaciones en las que acudíamos de visita, mis hermanos y yo nos vimos precisados a vivir en el rancho parte de la niñez (sobre todo Lety, Fany y yo, ya que Fabio encontró la manera de salir de ahí antes que nosotros tres); como lo recuerda Lety uno de mis amigos era Luciano, el hijo de Felipa, quien nació en el jacal de adobes que existía a lado de la casa de mis abuelos, él sí era de Vistahermosa y por lo tanto desde muy pequeño conocía todo lo que daba esa tierra, principalmente lo silvestre ya que la pobreza le enseño a reconocer y a “juntar” lo que se podía comer y no costaba y él me enseño a su vez algunas cosas que aún no se me olvidan (¡Que suerte!).
Los magueyes para poder florear “avientan” el quiote, que es el tallo largo que les nace en el centro, se puede preparar horneado como lo venden en los mercados; Luciano y yo lo preparamos asado sobre una cama de leña de nopales secos, en ambos casos queda muy jugoso y dulce, se mastica hasta extraer el jugo y se escupe el bagazo, por cierto, hay que asarlo bien porque sino “enguisha” (deja un gusto raro y desagradable en la boca), Nosotros lo hacíamos muy bueno y lo compartíamos con todos los que quisieran, además el quiote cuando estaba verde también nos servía para hacer carritos (un pedazo de quiote formaba la carrocería y cuatro pedazos más las llantas que se unían con varas), esos carros se jalaban con cordones de ixtle trenzado que sacábamos de los mismos magueyes.
En Vistahermosa también hay una especie de abejitas de color pardo que anidan bajo tierra, sus nidos se pueden identificar gracias a que hacen en el suelo un agujerito muy redondo y que parece estar recubierto de barro a los lados, a esos agujeritos les decía Luciano “joyas” o “joyitas” (supongo que por deformación de la palabra hoyo), al localizar una “joya” escarbábamos un “joyo” a su alrededor, de unos treinta centímetros de diámetro y de profundo, con mucho cuidado íbamos deshaciendo los terrones con las manos para localizar una especie de ollitas de barro endurecido del tamaño de una nuez pequeña, pero esas no se llamaban “joyitas” sino “taramindos” (si, taramindos y no tamarindos), así les decía Luciano luego entonces así se llaman; en su interior la abejita había depositado una especie de miel dura de color amarillo, retirábamos la cascara de lodo duro y quedaba una bolita amarilla, esos eran los “taramindos”, tienen un gusto agridulce y dejan sentir en la lengua una textura granulosa.
En Vistahermosa también hay una especie de abejitas de color pardo que anidan bajo tierra, sus nidos se pueden identificar gracias a que hacen en el suelo un agujerito muy redondo y que parece estar recubierto de barro a los lados, a esos agujeritos les decía Luciano “joyas” o “joyitas” (supongo que por deformación de la palabra hoyo), al localizar una “joya” escarbábamos un “joyo” a su alrededor, de unos treinta centímetros de diámetro y de profundo, con mucho cuidado íbamos deshaciendo los terrones con las manos para localizar una especie de ollitas de barro endurecido del tamaño de una nuez pequeña, pero esas no se llamaban “joyitas” sino “taramindos” (si, taramindos y no tamarindos), así les decía Luciano luego entonces así se llaman; en su interior la abejita había depositado una especie de miel dura de color amarillo, retirábamos la cascara de lodo duro y quedaba una bolita amarilla, esos eran los “taramindos”, tienen un gusto agridulce y dejan sentir en la lengua una textura granulosa.
Una vez, antes de salir a buscar “joyas” o quiotes, saqué de la casa dos mandarinas que tomé del frutero de la abuela, le di una a Luciano, cada quien peló la suya y al estar comiendo Luciano devoraba con la boca abierta y haciendo mucho ruido, entonces recordando mi buena educación le dije: "come con la boca cerrada que pareces puerco", se me quedó viendo y sonrió al tiempo que apretaba y destripaba un gajo de mandarina sobre sus labios con la boca bien apretadaba “Ulisis, con la boca cerrada no se puede tragar, la comida no entra” , ambos soltamos la carcajada y sí, tenía razón, con la boca cerrada no se puede comer, a lo mucho masticar.
Luego les comento de la viznagas en las que se escondieron los judíos cuando eran perseguidos por los egipcios en el desierto (historia que me platicó también Luciano) y sobre todo de la forma de comprobarlo ¿conocen la historia?
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