viernes, 28 de mayo de 2010

El día del Zapote.





Disfrutaba mucho la compañía de mis primos y esperaba días interminables a que llegaran las vacaciones para reunirnos (mi hermano y yo) con ellos en el rancho de los abuelos, una vez ahí ¡las posibilidades eran infinitas!, íbamos a nadar en la pila del pozo del rancho del tío güero o de la tía Carmen, dirigimos carretas y montamos burros, pastoreamos borregos y chivos, juntamos tunas, chilitos, mezquites, borrachitas, garambullos, toritos, jícamas en los “tajitos” o “gajitos”, estrellitas y mayitos, hongos y verdolagas, y no sé cuantas cosas más; hicimos fogatas, volamos aviones y papalotes, realizamos regatas en el bordo con barcos de caña de maíz que nosotros mismos fabricamos y perfeccionamos, lanzamos piedras para hacer “patitos”, tiramos con resorteras, hondas y con rifle, pusimos columpios, comimos tacos de nata, jocoque, pacholas, sopa de bolas, atole de maíz y muchas, muchas, muchas cosas más.


Fueron siempre unas excelentes vacaciones, cada vez que nos encontrábamos estábamos un poco más grandes. Normalmente formábamos dos equipos, el de Pilú y Fabio “los grandes” quienes mantenían una relación armoniosa y tersa y el de “los chicos” Pato y Yo, quienes gracias nuestro carácter más competitivo derivado de no ser los primogénitos, llevábamos una relación mucho más interesante e intensa, éramos propensos a entrar en situaciones de tensión con mucha facilidad y más de una vez terminamos agarrándonos a trancazos, afortunadamente nos llevamos sólo un año por lo que las peleas no eran tan disparejas y entre nosotros nos lastimábamos muy poco, ¡lo malo era cuando entraban nuestros hermanos a separarnos! Ellos sí eran más grandes y con el pretexto de evitar que nos siguiéramos golpeando terminaban dándonos una friega, a la que se agregaba el regaño de la abuela, sólo para Pato y para mí, por peleoneros.


Un buen día (o quizá debiera decir mal día), no recuerdo si a propuesta de la abuela o de alguno de nosotros, organizamos los equipos de siempre para recolectar los zapotes los blancos que crecían en el patio del frente de la casa, los árboles se llenaban de esos frutos de cáscara verde y carne blanca y blanda que al caer se despanzurraban ensuciando todo, por lo que para evitar que se desperdiciaran nos dedicamos a la pizca (en realidad nadie se los comía, cuando mucho los probábamos).

Fabio y Pilú se fueron por su lado y comenzaron a juntar zapotes con su método organizado, cordial y aburrido de siempre, pero… ¡Pato y Yo éramos harina de otro costal! Nos organizamos y yo corrí hasta el patio trasero de la casa para subir al techo y arrancar los zapotes que crecían en un árbol cercano a la puerta principal, desde arriba tomaba los zapotes y se los iba lanzando a Pato quien los cachaba con destreza de pie frente a la puerta, todo iba bien, la recolección avanzaba, pero de pronto ¡hizo su aparición el demonio del medio día! Alguien le hablo a Pato que volteo hacia dentro de la casa, yo tomé un gran y aguado zapote y haciendo mi mejor cálculo lo coloqué directamente sobre él para que al soltarlo cayera directo hacia donde se encontraba, la broma parecía buena y mi intensión no era lastimarlo (¡de verdad!), solté el zapote y de inmediato le hablé: “¡Patooo!” Él volteó hacia arriba en el preciso instante que el zapote lo alcanzaba por lo que se le estrelló en plena cara, lastimándolo y llenándole el rostro de zapote, bajo la pulpa blanca se puso rojo, lo que fue más que suficiente para que todo se incendiara: “¡Pinche Uli, lo hiciste a propósito!” Era cierto, debo reconocerlo, pero de primera intención lo negué: “¡No, tú te distrajiste, fue sin querer!”, ¡mentira vil! Que por supuesto nadie me creyó: “¡Bájate cabrón, ahorita vas a ver!” No me quedo más que aceptar el reto: “¡Órale no te tengo miedo pinche Pato, nos vemos en el patio de atrás!” ambos corrimos con la intensión de darnos un buen entre de madrazos, lo que no pudo ser ya que Pilú y Fabio corrieron al mismo tiempo para evitar la pelea y nos separaron, aprovechando cada uno para aplicarnos unos golpecillos a los hermanos chicos (¡abusivos!).


Otra vez ellos fueron los buenos (Pilú y Fabio) y nosotros los malos (Pato y Yo); sin embargo, como lo dije al principio y sin importar esos pleitos, cuando se acercaban las vacaciones siempre quería regresar a Vistahermosa para jugar con mis primos.


(Mis disculpas para Pato, más vale tarde que nunca).

lunes, 24 de mayo de 2010

Los Judíos y los Egipcios.


Esto va para satisafacer la curiosidad de mis hermanos o refrescarles la memoria, me parece increible que ellos no hayan escuchado esa historia o alguna version de la misma, lo que sí me sorprendería es que algún judío o más aún, algún egipcio sepan de este relato, pero para que la conozcan o la recuerden se las comparto; claro, más que una historia es una leyenda:


Según esto iban los judíos muy tristes y acongojados huyendo de sus perseguidores que en este caso eran los egipcios, quienes deseaban matarlos (la historia no aclara si les querian dar matarile por asuntos comerciales o religiosos); en su huida llegaron a un desierto donde no tenían nada que comer ni lugares donde resguardarse de sus perseguidores, entonces Dios los ayudó, los hizo muy pequeños y les permitió entrar dentro de las viznagas (paradógicamente de las del tipo Lengua del Demonio), al estar dentro tomaron el agua que tenía la viznaga y comieron también de su pulpa, los egipcios pasaron por arriba, no pudieron darse cuenta del lugar en el que estaban los judíos y se fueron.

Ya pasado el susto y una vez que se retiraron los egipcios los judíos salieron de las viznagas, crecieron a su tamaño normal y continuaron su camino; sin embargo, dentro de la viznaga quedaron retratadas sus caras, por eso ahora, cuando una viznaga se seca se vacía, es decir el agua y la pulpa desaparecen porque se las bebieron y comieron los judíos y si uno toma una espina de las más gruesas (la que vendría siendo la lengua del demonio) y la jala, la espina se desprende junto con las mas pequeñas que forman parte del mismo grupo y en la parte interior se puede ver una carita, que corresponde a alguno de los judíos que lograron esconderse.

Trateré de buscar una viznaga seca, arrancarle una espina y tomarle una foto para que ustedes puedan ver la carita.


Esta leyenda como les dije antes, me la contó Luciano una de las veces que fuimos al monte tras el bordo, no sé o no recuerdo como es que él la aprendió, supongo que tendrá relación con la explicación del Éxodo en sus clases de doctrina, pero eso no se me hace tan importante; sin embargo, lo que sí me importa es que permitió que Ulises y Erikc conocieran esas caritas una vez que paseamos por el rancho hace muchos años y que identifiquen la viznaga como "viznaga de caritas" y que ahora mis hermanos, mi familia y todos los que lean esto tambien la conozcan.

Saludos, Julices.

viernes, 21 de mayo de 2010

De la Viznaga a Luciano.


De verdad resulta sorprendente que la foto de la viznaga “Lengua del Demonio” (así con “v” y no con “b” como se empeña en ponerlo mi computadora), y las palabras sobre los chilitos hayan despertado tantos recuerdos y merecido tantos comentarios, así que ya entrados en eso de recordar voy a tratar de referir poco a poco, todos los frutos silvestres y otras cosas de Vistahermosa de las que me acuerdo y que tuve oportunidad de conocer.

Además de las vacaciones en las que acudíamos de visita, mis hermanos y yo nos vimos precisados a vivir en el rancho parte de la niñez (sobre todo Lety, Fany y yo, ya que Fabio encontró la manera de salir de ahí antes que nosotros tres); como lo recuerda Lety uno de mis amigos era Luciano, el hijo de Felipa, quien nació en el jacal de adobes que existía a lado de la casa de mis abuelos, él sí era de Vistahermosa y por lo tanto desde muy pequeño conocía todo lo que daba esa tierra, principalmente lo silvestre ya que la pobreza le enseño a reconocer y a “juntar” lo que se podía comer y no costaba y él me enseño a su vez algunas cosas que aún no se me olvidan (¡Que suerte!).

Los magueyes para poder florear “avientan” el quiote, que es el tallo largo que les nace en el centro, se puede preparar horneado como lo venden en los mercados; Luciano y yo lo preparamos asado sobre una cama de leña de nopales secos, en ambos casos queda muy jugoso y dulce, se mastica hasta extraer el jugo y se escupe el bagazo, por cierto, hay que asarlo bien porque sino “enguisha” (deja un gusto raro y desagradable en la boca), Nosotros lo hacíamos muy bueno y lo compartíamos con todos los que quisieran, además el quiote cuando estaba verde también nos servía para hacer carritos (un pedazo de quiote formaba la carrocería y cuatro pedazos más las llantas que se unían con varas), esos carros se jalaban con cordones de ixtle trenzado que sacábamos de los mismos magueyes.

En Vistahermosa también hay una especie de abejitas de color pardo que anidan bajo tierra, sus nidos se pueden identificar gracias a que hacen en el suelo un agujerito muy redondo y que parece estar recubierto de barro a los lados, a esos agujeritos les decía Luciano “joyas” o “joyitas” (supongo que por deformación de la palabra hoyo), al localizar una “joya” escarbábamos un “joyo” a su alrededor, de unos treinta centímetros de diámetro y de profundo, con mucho cuidado íbamos deshaciendo los terrones con las manos para localizar una especie de ollitas de barro endurecido del tamaño de una nuez pequeña, pero esas no se llamaban “joyitas” sino “taramindos” (si, taramindos y no tamarindos), así les decía Luciano luego entonces así se llaman; en su interior la abejita había depositado una especie de miel dura de color amarillo, retirábamos la cascara de lodo duro y quedaba una bolita amarilla, esos eran los “taramindos”, tienen un gusto agridulce y dejan sentir en la lengua una textura granulosa.

Una vez, antes de salir a buscar “joyas” o quiotes, saqué de la casa dos mandarinas que tomé del frutero de la abuela, le di una a Luciano, cada quien peló la suya y al estar comiendo Luciano devoraba con la boca abierta y haciendo mucho ruido, entonces recordando mi buena educación le dije: "come con la boca cerrada que pareces puerco", se me quedó viendo y sonrió al tiempo que apretaba y destripaba un gajo de mandarina sobre sus labios con la boca bien apretadaba “Ulisis, con la boca cerrada no se puede tragar, la comida no entra” , ambos soltamos la carcajada y sí, tenía razón, con la boca cerrada no se puede comer, a lo mucho masticar.

Luego les comento de la viznagas en las que se escondieron los judíos cuando eran perseguidos por los egipcios en el desierto (historia que me platicó también Luciano) y sobre todo de la forma de comprobarlo ¿conocen la historia?

jueves, 20 de mayo de 2010

Viajando en la Pesera!


Hace poco me dirigía hacia la central de autobuses para ir a mi casa a pasar el fin de semana y realicé la excelente elección de utilizar el transporte público de la ciudad de México, caminé un poco para tomar la “pesera” (de pesos moneda nacional y no de peces animalitos acuáticos) que es como se llama cariñosamente a los microbuses que dan servicio de taxis colectivos y pude ser testigo de su magnífica atención y preocupación por la satisfacción del cliente.
Me paré en la banqueta a esperar un ratito a que pasara ese bonito transporte, mismo que casi no se demoró, cuando se aproximaba crucé una mirada de inteligencia con el chofer a través del parabrisas y pude detectar que al mismo tiempo que quedó enterado de mi intención de abordar, calibró mi aspecto y decidió poner a prueba mis capacidades físicas, seguramente con la intención de reforzar mi autoestima, frenó su flamante vehículo y en el momento que yo apoyaba el pie derecho para subir arrancó de inmediato, al tiempo que me decía súbase en chinga joven que nos vamos a ir de volada pa’ que no se les haga tarde” obligándome a realizar un movimiento felino para proyectar mi cuerpo, con gracia y agilidad, hacia el interior del automotor evitando rodar por el pavimento, el chofer se sonrió y me dijo “ya ve, por no subirse en chinga casi se da en la madre, póngase a la vivas joven, lo bueno es que se alcanzó a alivianar agradecí la preocupación y las atenciones que puso de manifiesto el amable conductor que no obstante la tensión de su trabajo, se aseguraba de que no se nos hiciera tarde, reconocía mi buen estado físico llamándome joven en repetidas ocasiones y me compartía un trozo de su sabiduría al aconsejarme que mantuviera mis sentidos alerta.
Durante el trayecto, que realicé de pie en el pasillo ya que los asientos estaban ocupados por otros pasajeros, tuve que ir medio encorvado y sacando la cabeza por el hueco de uno de los respiraderos del microbús, ya que estos a transportes son de techo bajo (diseñados para personas de 1.60 metros como máximo y yo mido 1.88), lo que constituía un nuevo reto para mi capacidad física que superé adoptando una postura similar a las del yoga. Pude disfrutar de 15 minutos de entrenamiento por aceleración gracias a las vibraciones del pesero, así como a las frenadas y arrancones que me obligaban a sujetarme con firmeza y mantener el equilibrio, con lo que el trabajador del volante se aseguraba de que su consejo de que me pusiera “a las vivas” lograra fijarse en mi mente, al mismo tiempo escuchábamos a un volumen esplendido una destacada selección de música salsa en un exquisito ensamble realizado por “Sonido la Cha Cha Cha Changa”, todo un clásico de la época de los sonideros en la capital del País, que nos trajo bellos recuerdos a todos los pasajeros, eso sin mencionar una agradable y rica exposición de artículos relacionados con el equipo “América” que incluía un aguilita de peluche que colgaba del retrovisor, una toalla amarilla con azul con el escudo del equipo estampado con la que cubría el respaldo de su asiento para mayor confort, un poster del equipo pegado en la ventanilla y por supuesto la playera del equipo vestida con garbo y elegancia por el conductor, lo que me hizo suponer que podia tratarse de un seguidor de ese club.
Lo más increíble es que todo esto me costó ¡solo tres pesos! Una ganga si tomamos en cuenta el valor agregado que dan todas las amenidades que he descrito y que potencializan lo que en otras ciudades pudiera ser un simple servicio de transporte.
Y sí, llegamos “de volada” al metro, que por cierto, merece una mención a parte.

lunes, 17 de mayo de 2010

México en tus sentidos.


Como ya saben, hace poco que regresé a la Ciudad de México, después de una interesante y breve estancia en Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca, el cambio me ha caído por sorpresa y sinceramente espero que sea para bien, por lo pronto estoy más cerca de mi familia y eso me alimenta mucho, así que trataré de pasar el mayor tiempo posible con Elena, Uli y Erikc y arreglaré todo lo necesario para que pronto nos podamos reunir para vivir bajo el mismo techo los cuatro.

El sábado tres de abril, Elena y yo fuimos al centro que es uno de nuestros recorridos obligados cuando estamos en la ciudad de México, visitamos tiendas, vimos edificios, comimos: Ele tostadas y yo flautas de pollo, preparadas con la rapidez y precisión propias de la gente trabajadora de la capital, en un puesto que tenemos ubicado y que forma parte de nuestras tradiciones, platicamos mucho; Erikc regresaba de pasar unos días de vacaciones en La Paz, B.C.S., así que nos quedamos de ver con él en el zócalo, frente a la catedral, al llegar a la plaza de la constitución (nombre elegante del zócalo), había montada una estructura de metal y lona de grandes proporciones, resultó ser un “Museo Itinerante”, pensamos en entrar, pero una multitud variopinta que hacía grandes filas para ingresar nos hizo recapacitar y desistimos, así que en cuanto llegó Erikc, después de besarlo y abrazarlo como se debe, continuamos con el recorrido; sin embargo, se me quedo una fuerte curiosidad por ver la exposición.

El lunes siguiente, Ele y los niños ya en Querétaro y yo en mi trabajo, resultó que gracias a un beneficio de esos que sólo se dan en las oficinas, tuve la tarde libre y para aprovecharla me dirigí al centro nuevamente, encontré bastante decente la cola para entrar al “Museo Itinerante” así que me formé y en un pestañazo ya estaba dentro, se trata de una exposición fotográfica titulada “México en tus Sentidos”, el primer espacio te recibe con imágenes de múltiples miradas, fotografías de ojos de mexicanos, de todas las edades y colores, incluyendo estatuas y máscaras, todos te observan con expresiones variadas, a continuación, fotografías de alta definición, unas impresas en gran formato y otras cambiando en secuencias en grandes pantallas planas te dejan ver muchas cosas, retratos de charros, de indígenas, de gente de la ciudad, de la selva, de la montaña, del desierto, del mar, de los ríos y lagunas, de pueblos, se van combinando con paisajes, con edificios, con artículos cotidianos, con artesanías, trajes típicos, textiles, plantas, todo con mucho detalle y sobre todo con mucho color; a mi me gusta la fotografía en blanco y negro, pero al ver estas imágenes quedé convencido de que México tiene que retratarse a colores, porque los mexicanos somos gente de muchos colores, nacimos entre colores, con tierra que es negra, amarilla, verde, roja, blanca, cielos de todos los azules, atardeceres rojos y dorados, mares y ríos verdes y azules, comemos frutos de colores, vestimos a colores.

Se nota como las personas que entran platicando poco a poco van dejando de hacerlo y se detienen más frente a las imágenes, comienzan a usar las palabras solo para comentarlas, todos tratan de adivinar donde fue la locación, aventuran propuestas, yo me sentí muy contento al darme cuenta que una gran parte de lo que aparece en las fotografías ya lo conocía, lo he visto en vivo y en directo, lo he sentido con todo mi cuerpo, he estado en muchos lugares de mi País que hoy aparecieron en esas fotos, aunque algunas me gustaron más que otras, todas las disfruté.

Cuando uno termina de hacer el recorrido aparece el nombre del fotógrafo, se llama Willy Souza y aunque el nombre no lo representa es mexicano, tardó casi ocho años en hacer las tomas, que incluyen fotografías y videos en alta definición, para finalizar, entramos a una estancia donde nos proyectaron en tres pantallas gigantes un audiovisual magnífico que lleva a todos a la emoción, a mi me conmovió y me dejo una sensación muy agradable, de verdad siento que los extranjeros deberían verlo para conocer poco más de México, pero sobre todo ojalá que puedan verlo muchos mexicanos. Al salir, compré un poster de los voladores de Papantla y dos postales, una de los pescadores de Patzcuaro y otra de una iglesia en la montaña, busque las imágenes en la red pero no las encontré, seguramente las subirán pronto, valen la pena, quiero regresar para comprar un libro con una muestra de las fotos, hoy no había.

Por lo pronto les dejo un video que sí pude encontrar en la Red.

http://www.youtube.com/watch?v=t9bzBrAAnok

Saludos!!

Julices

viernes, 14 de mayo de 2010

Los chilitos.



Querétaro me gusta, me gusta el paisaje, el ambiente, los alrededores y las sorpresas que me da.

El fin de semana pasado fui con mi familia al mercado de la Cruz, ubicado a proximidades del ex convento del mismo nombre donde estuvo “en capilla” Maximiliano de Habsburgo antes de ser fusilado en el cerro de las campanas; nosotros solo fuimos al mercado, aunque en breve trataré de ir al convento.

Al caminar entre los puestos del tianguis, después de degustar unos ricos tacos de guisados a manera de desayuno, encontré un puesto en el que para mi sorpresa, la mercancía que se exhibía eran: ¡pirámides de vasitos desechables llenos de “chilitos” y “borrachitas”!, para los habitantes de la zona y particularmente a los de San Luis de la Paz, esto podrá no causarles sorpresa, pero para mí fue toda una revelación.

¿Que qué son los chilitos y las borrachitas? Ahhhh!!! Pues nada más y nada menos que algunos de los frutos del semidesierto que abarca parte de los estados de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí, y nacen de diferentes variedades de viznagas.
De niños, cuando íbamos a Vistahermosa, dentro de las actividades que desarrollábamos en el rancho de los abuelos, se encontraba el subir al enorme Pirúl al que llamábamos “El Club” en el que alguna vez grabamos las siglas “PUFPE” (explicarlas será motivo de otra plática), buscar hongos y verdolagas por las mañanas que seguían a los días de lluvia y por supuesto ir a la parte de atrás del bordo, al “monte” a buscar chilitos, borrachitas o garambullos; normalmente encontrábamos pocos, la tarea consistía en caminar entre magueyes, cardones, nopales, huizaches y mezquites, evitando las espinas de todos y localizar las biznagas de chilitos y de borrachitas. Es difícil encontrarlos, juntábamos pocos a costa de picarnos los dedos con las espinas, ¡la mayoría era devorada de inmediato!.
Los chilitos son pequeños frutos de un color rojo muy intenso y brillante, precisamente con forma de chiles muy pequeños, tienen un sabor sutil, dulce y un poco ácido, me compré un vasito y lo compartí con mis hijos, les platiqué que eran y me dio la impresión de que estaba dándoles un pedacito de mi niñez, al llegar a la casa, los que sobrevivieron, se integraron a una ensalada junto con una jícama, limón y chile (de a de veras) en polvo y la comí con mucho gusto, acompañado del recuerdo de mi hermano, mis hermanas y mis primos cuando éramos niños , por suerte en esta recolección de chilitos ninguno nos espinamos.