Hace unos cuantos días que me cambie a vivir a esta población (Santiago Juxtlahuaca) del estado de Oaxaca, México y poco a poco estoy tratando de asimilar el cambio.
Mi familia se quedo lejos de mi, parte por necesidad de los estudios de mis hijos y parte por desajustes de carácter personal, pero el hecho es que los días, semanas, meses o años que pase aquí viviré solo y pasaré la mayor parte del tiempo en mi habitación, acompañado de mis libros, mi computadora y mi televisión (¡Agradezco a la televisión satelital los ruidos humanos con los que invade mi espacio aunque no la vea!), así que tendré tiempo de ver crecer las plantas,presenciaré el cambio de las estaciones y pensar en cosas diversas, simples o complicadas.
Como siempre es más fácil comenzar por las simples, hoy por la mañana, llegué a la mesa del comedor después de atender asuntos del trabajo y me sirvieron como desayuno un consomé de barbacoa acompañado de un plato con carne y salsas variadas para hacer tacos; he tenido la oportunidad de recorrer diferentes lugares de mi país y la barbacoa es una constante en todos ellos, solo que en cada lugar se prepara en una versión diferente.
En mi infancia, la barbacoa se preparaba en el rancho de mis abuelos maternos: Enrique y Carmela; era un evento que comenzaba temprano por la mañana, y aunque muchos participaban, mi tío Enrique tomaba un papel preponderante y se asumía como el "master chef" del proceso, abrían el pozo y verificaban las piedras, las pencas de maguey y nopal y la leña, seleccionaban un borrego, lo sacrificaban, lo destazaban y comenzaba un trajín de muchas personas, mujeres que preparaban las tripas, la moronga, la chanfaina y hombres que preparaban la carne y la metían al horno de pozo para que se cociera, el resultado era un consomé de color marrón turbio, con arroz y garbanzos además de otros aderezos y una carne suave que se deshacia al hacer los tacos de tortillas hechas a mano, comíamos en familia, abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y amigos, el ambiente se saturaba de aromas deliciosos, de voces familiares y risas, de alegría.
Todos compartíamos la comida y mediante ella nos integrábamos como parte de un grupo familiar, esa barbacoa muy desgraciadamente ya no se prepara más, su sabor quedó solo en mi memoria y estoy seguro que también en la de los otros miembros de mi familia, no la volveremos a comer, por eso las barbacoas que encuentro ahora siempre pierden con la comparación, porque nunca tendrán lo que hacia especial a la otra, jamas podrán volver a aderezarse con la reunión de los miembros de mi familia que ya no están, con los que están lejos y los que ya no quieren estar, pero sobre todo lo que nunca regresará son los ojos, los oídos, la boca, la naríz y la piel que tenía en mi infancia y que aunque ahora son los mismos, ya no saben sentir igual.
Seguiré probando barbacoas buenas y malas, con chile, de res, borrego, chivo o pollo, caldosas o secas, ya tengo una en una calle de la ciudad de México que forma parte de mi familia, la que tengo ahora, cada vez que logramos ir a comerla juntos, además de satisfacer nuestro sentido del gusto y nuestros estómagos, nos recuerda que somos parte de algo, eso le da su sabor especial.
24 de enero del 2010.
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