viernes, 17 de diciembre de 2010

La Macetita

Hace poco tuve la oportunidad de estar nuevamente en San Luis de la Paz y disfruté de la hospitalidad de mi tía Rebeca quien me recibió en su casa y me hizo sentir parte de ella, por la noche, al tratar de dormir y aguantar el frio terrible que hace por estas fechas, recordé la historia de “la macetita” que aunque es muy simple y recuerdo más por las emociones que por los hechos, voy a tratar de relatar.

El sexto año de primaria lo cursé en el Instituto San Luis Rey, que de hecho se llamaba Luis H. Ducoing, mi núcleo familiar (mamá y hermanos) sufría una serie de desajustes y limitaciones generadas principalmente por la reciente muerte de mi papá y lo más afectado era nuestra situación económica; como eran épocas navideñas, en mi salón de clases, en donde sólo habíamos 12 alumnos, se organizó un intercambio de regalos secreto “para fomentar la convivencia y amistad”, lo que en mi caso comenzó a generar angustia, ya que no tenía lana para comprar el dichoso regalito.

Mientras la maestra anotaba nuestros nombres y el suyo en sendos papelitos, yo iba sintiendo que mi banca se alejaba cada vez más de la escena, como cayendo en un agujero y las voces comenzaban a oírse cavernosas, todos decían que sí y alababan la idea y yo solo pensaba: “de donde carajos voy a sacar el regalo”, no consideraba la posibilidad de pedir dinero a mi mamá ya que sentía que no podía dármelo; las ideas se atoraban en mi cabeza y nada se me ocurría y de pronto: ¡la luz! ¡tengo la solución” voy a rezar para que me toque mi propio nombre y no diré nada, así no tendré que dar nada a nadie ¡Diosito me va a ayudar con eso!... sacamos los papelitos, a mi me sudaban las manos, una vez que tuve el mío comencé a desenrollarlo despacito, con los ojos cerrados, repitiendo mi oración “Diosito que sea el mío, que sea el mío, que sea el mío” y al abrir los ojos y leer mi angustia fue mayor, se me hizo un hoyo en la panza, sentí que Diosito me había abandonado, no solo no me tocó mi nombre ¡¡ME TOCO LA MAESTRA!!, nada podía ser peor.

Salí de la escuela y caminé frente a la parroquia y en el jardín, en la cabeza le daba vueltas a lo que en ese momento para mí era un problema mayúsculo, pensé en enfermarme y faltar, en desaparecerme por unos días, en irme de bracero y en todas las formas disparatadas e increíbles que me podían permitir no estar ahí el día del intercambio y de pronto: ¡la luz de nuevo! ¡otra bella solución divina!, “Diosito me va a ayudar, voy a caminar viendo el suelo a ver si me encuentro un billete para comprar el regalo”, caminé, frente y dentro de la parroquia, di la vuelta y fui a la alameda, regresé al mercado considerándolo un lugar más propicio para que a alguien se le hubiera caído dinero, me seguí hasta el mercado nuevo, recorrí calles y plazas viendo el suelo y rezando por el milagro que, como era lógico no se dio.

Todo parecía perdido, llegué a casa de mi tía Anna y para suerte mía, ahí estaba mi tía Rebeca. Yo creo que se dio cuenta de la angustia que me aquejaba y aunque por un error en mi forma de ser, casi siempre he tratado de resolver mis problemas yo solo y sin platicarlos con nadie, ese día mi tía supo hacerme hablar, me desahogue y le comenté el motivo de mi angustia y ella dijo: -¡ya sé! No te preocupes, vamos a la papelería-, la seguí hasta la calle de Mina, en la papelería que en ese momento tenía instalada casi junto al Colegio Gonzalo de Tapia, tomó una especie cesto pequeñito, como de mimbre, buscó un hule, se lo sujetó dentro, cortó un pedazo de listón y se lo ató alrededor haciendo un moño, regresamos a casa de mi tía Anna donde lo lleno con tierra de una maceta y seleccionó un brotecito nuevo de una de las muchas plantas que adornaban el patio en la casa de Guerrero 18, lo plantó y ¡se hizo la magia!, creó un bello y original regalo, al que para rematar le agregó una tarjetita que sujetó con un cordoncito dorado, ¡era el regalo perfecto!, nacido del más puro ingenio de mi tía Rebeca.

Caminé con el precioso regalo hasta mi casa que en ese entonces estaba rumbo a la central en la calle de Rayón; contento lo acomodé en la ventana de la habitación que compartía con mi hermano, le puse un poco de agua y me dormí tranquilo y satisfecho viendo la hermosa plantita en su elegante maceta.

Al otro día me fui temprano a la escuela, la idea era llegar antes que todos para esconder la plantita y no dejar que alguien la viera hasta el momento del intercambio, así le daría una sorpresa a mi maestra y compañeros; así lo hice, caminé sintiendo el frio matinal en la cara y en las manos, que era mitigado por un agradable calorcito que me producía en el corazón la brillante solución que me había obsequiado mi tía, llegué al salón vacío y escondí la plantita, en su bella maceta con listón y tarjetita; ahora deseaba enormemente que llegara el momento del intercambio que al fin llegó, acomodamos las bancas en círculo, cada uno con su regalo y yo viendo de reojo el sitio en donde estaba oculta la plantita y aguardando el momento de apantallar a todos con ella.

Otra vez iríamos sacando de una bolsa papelitos con los nombres, al aparecer el tuyo entregabas el regalo a quien te había tocado en suerte y que se había mantenido en secreto, salió uno, dos, tres y luego, en algún momento ¡mi nombre! Me levanté de la banca lentamente, adoptando una actitud teatral que aumentara el suspenso, caminé por el círculo de bancas y llegué al lugar donde se escondía la plantita, la tomé con cuidado y la lleve junto a mi pecho con una mano manteniéndola semioculta con la otra, caminé nuevamente entre el círculo y de pronto…

¡El desastre!

Todo pasó muy rápido, dos de mis compañeros estaban sentados en la paleta de los mesabancos jugueteando, cuando pasé frente a ellos uno empujó al otro, quien se fue de espaldas levantando ambos pies al frente y con ellos ¡pateo desde abajo la linda macetita! Vi en cámara lenta como volaba hacia el techo, la maceta se separó de la tierra que se regó en todas direcciones y la planta se desprendió para finalmente caer todo al suelo en medio del círculo de bancas; todos quedaron en silencio, en ese momento la angustia que sentí el día anterior se mezcló con la alegría que me había producido la brillante idea de mi tía, que en ese momento yacía regada por el piso, se me salieron las lágrimas de coraje, el panorama se volvió rojo y me abalancé a golpes contra los causantes de mi desgracia. La maestra se levantó y nos separó, nos hizo sentarnos alejados y se puso a levantar la maceta, la tierra y la planta que acomodó nuevamente lo mejor que pudo y me la entregó diciendo: -mira ya cálmate, no le pasó nada, quedó bien, ¿para quien es el regalo?- espere un momento para contestar ya que no quería que me saliera la voz entrecortada y con todo el aplomo que pude reunir le contesté: ¡pues, para usted, felicidades! … -ya vez, si me gustó, está bonita, gracias- e hizo una mueca que trataba de ser una sonrisa.

El día de clases terminó y salimos de vacaciones, a mi me dieron un balón de futbol con los colores del Léon, que no supe ni donde quedó. Nunca le dije del accidente a nadie, mucho menos a mi tía Rebeca, me sentía medio culpable de que su creación hubiera sido destruida.

Tenía mucho que no me acordaba de esto y hoy siento que lo más importante que me dejó el episodio, es esa agradable y reconfortante sensación de que, por más problemas y diferencias que existan, la familia es una red de seguridad que nos protege, solo requiere que nosotros queramos que sea así.

Hoy nuevamente le agradezco a mi tía Rebeca por el hermoso regalo que creó hace muchos años para ayudarme y la oportunidad de recordarlo durante la fria noche que recientemente pasé en su casa.

viernes, 28 de mayo de 2010

El día del Zapote.





Disfrutaba mucho la compañía de mis primos y esperaba días interminables a que llegaran las vacaciones para reunirnos (mi hermano y yo) con ellos en el rancho de los abuelos, una vez ahí ¡las posibilidades eran infinitas!, íbamos a nadar en la pila del pozo del rancho del tío güero o de la tía Carmen, dirigimos carretas y montamos burros, pastoreamos borregos y chivos, juntamos tunas, chilitos, mezquites, borrachitas, garambullos, toritos, jícamas en los “tajitos” o “gajitos”, estrellitas y mayitos, hongos y verdolagas, y no sé cuantas cosas más; hicimos fogatas, volamos aviones y papalotes, realizamos regatas en el bordo con barcos de caña de maíz que nosotros mismos fabricamos y perfeccionamos, lanzamos piedras para hacer “patitos”, tiramos con resorteras, hondas y con rifle, pusimos columpios, comimos tacos de nata, jocoque, pacholas, sopa de bolas, atole de maíz y muchas, muchas, muchas cosas más.


Fueron siempre unas excelentes vacaciones, cada vez que nos encontrábamos estábamos un poco más grandes. Normalmente formábamos dos equipos, el de Pilú y Fabio “los grandes” quienes mantenían una relación armoniosa y tersa y el de “los chicos” Pato y Yo, quienes gracias nuestro carácter más competitivo derivado de no ser los primogénitos, llevábamos una relación mucho más interesante e intensa, éramos propensos a entrar en situaciones de tensión con mucha facilidad y más de una vez terminamos agarrándonos a trancazos, afortunadamente nos llevamos sólo un año por lo que las peleas no eran tan disparejas y entre nosotros nos lastimábamos muy poco, ¡lo malo era cuando entraban nuestros hermanos a separarnos! Ellos sí eran más grandes y con el pretexto de evitar que nos siguiéramos golpeando terminaban dándonos una friega, a la que se agregaba el regaño de la abuela, sólo para Pato y para mí, por peleoneros.


Un buen día (o quizá debiera decir mal día), no recuerdo si a propuesta de la abuela o de alguno de nosotros, organizamos los equipos de siempre para recolectar los zapotes los blancos que crecían en el patio del frente de la casa, los árboles se llenaban de esos frutos de cáscara verde y carne blanca y blanda que al caer se despanzurraban ensuciando todo, por lo que para evitar que se desperdiciaran nos dedicamos a la pizca (en realidad nadie se los comía, cuando mucho los probábamos).

Fabio y Pilú se fueron por su lado y comenzaron a juntar zapotes con su método organizado, cordial y aburrido de siempre, pero… ¡Pato y Yo éramos harina de otro costal! Nos organizamos y yo corrí hasta el patio trasero de la casa para subir al techo y arrancar los zapotes que crecían en un árbol cercano a la puerta principal, desde arriba tomaba los zapotes y se los iba lanzando a Pato quien los cachaba con destreza de pie frente a la puerta, todo iba bien, la recolección avanzaba, pero de pronto ¡hizo su aparición el demonio del medio día! Alguien le hablo a Pato que volteo hacia dentro de la casa, yo tomé un gran y aguado zapote y haciendo mi mejor cálculo lo coloqué directamente sobre él para que al soltarlo cayera directo hacia donde se encontraba, la broma parecía buena y mi intensión no era lastimarlo (¡de verdad!), solté el zapote y de inmediato le hablé: “¡Patooo!” Él volteó hacia arriba en el preciso instante que el zapote lo alcanzaba por lo que se le estrelló en plena cara, lastimándolo y llenándole el rostro de zapote, bajo la pulpa blanca se puso rojo, lo que fue más que suficiente para que todo se incendiara: “¡Pinche Uli, lo hiciste a propósito!” Era cierto, debo reconocerlo, pero de primera intención lo negué: “¡No, tú te distrajiste, fue sin querer!”, ¡mentira vil! Que por supuesto nadie me creyó: “¡Bájate cabrón, ahorita vas a ver!” No me quedo más que aceptar el reto: “¡Órale no te tengo miedo pinche Pato, nos vemos en el patio de atrás!” ambos corrimos con la intensión de darnos un buen entre de madrazos, lo que no pudo ser ya que Pilú y Fabio corrieron al mismo tiempo para evitar la pelea y nos separaron, aprovechando cada uno para aplicarnos unos golpecillos a los hermanos chicos (¡abusivos!).


Otra vez ellos fueron los buenos (Pilú y Fabio) y nosotros los malos (Pato y Yo); sin embargo, como lo dije al principio y sin importar esos pleitos, cuando se acercaban las vacaciones siempre quería regresar a Vistahermosa para jugar con mis primos.


(Mis disculpas para Pato, más vale tarde que nunca).

lunes, 24 de mayo de 2010

Los Judíos y los Egipcios.


Esto va para satisafacer la curiosidad de mis hermanos o refrescarles la memoria, me parece increible que ellos no hayan escuchado esa historia o alguna version de la misma, lo que sí me sorprendería es que algún judío o más aún, algún egipcio sepan de este relato, pero para que la conozcan o la recuerden se las comparto; claro, más que una historia es una leyenda:


Según esto iban los judíos muy tristes y acongojados huyendo de sus perseguidores que en este caso eran los egipcios, quienes deseaban matarlos (la historia no aclara si les querian dar matarile por asuntos comerciales o religiosos); en su huida llegaron a un desierto donde no tenían nada que comer ni lugares donde resguardarse de sus perseguidores, entonces Dios los ayudó, los hizo muy pequeños y les permitió entrar dentro de las viznagas (paradógicamente de las del tipo Lengua del Demonio), al estar dentro tomaron el agua que tenía la viznaga y comieron también de su pulpa, los egipcios pasaron por arriba, no pudieron darse cuenta del lugar en el que estaban los judíos y se fueron.

Ya pasado el susto y una vez que se retiraron los egipcios los judíos salieron de las viznagas, crecieron a su tamaño normal y continuaron su camino; sin embargo, dentro de la viznaga quedaron retratadas sus caras, por eso ahora, cuando una viznaga se seca se vacía, es decir el agua y la pulpa desaparecen porque se las bebieron y comieron los judíos y si uno toma una espina de las más gruesas (la que vendría siendo la lengua del demonio) y la jala, la espina se desprende junto con las mas pequeñas que forman parte del mismo grupo y en la parte interior se puede ver una carita, que corresponde a alguno de los judíos que lograron esconderse.

Trateré de buscar una viznaga seca, arrancarle una espina y tomarle una foto para que ustedes puedan ver la carita.


Esta leyenda como les dije antes, me la contó Luciano una de las veces que fuimos al monte tras el bordo, no sé o no recuerdo como es que él la aprendió, supongo que tendrá relación con la explicación del Éxodo en sus clases de doctrina, pero eso no se me hace tan importante; sin embargo, lo que sí me importa es que permitió que Ulises y Erikc conocieran esas caritas una vez que paseamos por el rancho hace muchos años y que identifiquen la viznaga como "viznaga de caritas" y que ahora mis hermanos, mi familia y todos los que lean esto tambien la conozcan.

Saludos, Julices.

viernes, 21 de mayo de 2010

De la Viznaga a Luciano.


De verdad resulta sorprendente que la foto de la viznaga “Lengua del Demonio” (así con “v” y no con “b” como se empeña en ponerlo mi computadora), y las palabras sobre los chilitos hayan despertado tantos recuerdos y merecido tantos comentarios, así que ya entrados en eso de recordar voy a tratar de referir poco a poco, todos los frutos silvestres y otras cosas de Vistahermosa de las que me acuerdo y que tuve oportunidad de conocer.

Además de las vacaciones en las que acudíamos de visita, mis hermanos y yo nos vimos precisados a vivir en el rancho parte de la niñez (sobre todo Lety, Fany y yo, ya que Fabio encontró la manera de salir de ahí antes que nosotros tres); como lo recuerda Lety uno de mis amigos era Luciano, el hijo de Felipa, quien nació en el jacal de adobes que existía a lado de la casa de mis abuelos, él sí era de Vistahermosa y por lo tanto desde muy pequeño conocía todo lo que daba esa tierra, principalmente lo silvestre ya que la pobreza le enseño a reconocer y a “juntar” lo que se podía comer y no costaba y él me enseño a su vez algunas cosas que aún no se me olvidan (¡Que suerte!).

Los magueyes para poder florear “avientan” el quiote, que es el tallo largo que les nace en el centro, se puede preparar horneado como lo venden en los mercados; Luciano y yo lo preparamos asado sobre una cama de leña de nopales secos, en ambos casos queda muy jugoso y dulce, se mastica hasta extraer el jugo y se escupe el bagazo, por cierto, hay que asarlo bien porque sino “enguisha” (deja un gusto raro y desagradable en la boca), Nosotros lo hacíamos muy bueno y lo compartíamos con todos los que quisieran, además el quiote cuando estaba verde también nos servía para hacer carritos (un pedazo de quiote formaba la carrocería y cuatro pedazos más las llantas que se unían con varas), esos carros se jalaban con cordones de ixtle trenzado que sacábamos de los mismos magueyes.

En Vistahermosa también hay una especie de abejitas de color pardo que anidan bajo tierra, sus nidos se pueden identificar gracias a que hacen en el suelo un agujerito muy redondo y que parece estar recubierto de barro a los lados, a esos agujeritos les decía Luciano “joyas” o “joyitas” (supongo que por deformación de la palabra hoyo), al localizar una “joya” escarbábamos un “joyo” a su alrededor, de unos treinta centímetros de diámetro y de profundo, con mucho cuidado íbamos deshaciendo los terrones con las manos para localizar una especie de ollitas de barro endurecido del tamaño de una nuez pequeña, pero esas no se llamaban “joyitas” sino “taramindos” (si, taramindos y no tamarindos), así les decía Luciano luego entonces así se llaman; en su interior la abejita había depositado una especie de miel dura de color amarillo, retirábamos la cascara de lodo duro y quedaba una bolita amarilla, esos eran los “taramindos”, tienen un gusto agridulce y dejan sentir en la lengua una textura granulosa.

Una vez, antes de salir a buscar “joyas” o quiotes, saqué de la casa dos mandarinas que tomé del frutero de la abuela, le di una a Luciano, cada quien peló la suya y al estar comiendo Luciano devoraba con la boca abierta y haciendo mucho ruido, entonces recordando mi buena educación le dije: "come con la boca cerrada que pareces puerco", se me quedó viendo y sonrió al tiempo que apretaba y destripaba un gajo de mandarina sobre sus labios con la boca bien apretadaba “Ulisis, con la boca cerrada no se puede tragar, la comida no entra” , ambos soltamos la carcajada y sí, tenía razón, con la boca cerrada no se puede comer, a lo mucho masticar.

Luego les comento de la viznagas en las que se escondieron los judíos cuando eran perseguidos por los egipcios en el desierto (historia que me platicó también Luciano) y sobre todo de la forma de comprobarlo ¿conocen la historia?

jueves, 20 de mayo de 2010

Viajando en la Pesera!


Hace poco me dirigía hacia la central de autobuses para ir a mi casa a pasar el fin de semana y realicé la excelente elección de utilizar el transporte público de la ciudad de México, caminé un poco para tomar la “pesera” (de pesos moneda nacional y no de peces animalitos acuáticos) que es como se llama cariñosamente a los microbuses que dan servicio de taxis colectivos y pude ser testigo de su magnífica atención y preocupación por la satisfacción del cliente.
Me paré en la banqueta a esperar un ratito a que pasara ese bonito transporte, mismo que casi no se demoró, cuando se aproximaba crucé una mirada de inteligencia con el chofer a través del parabrisas y pude detectar que al mismo tiempo que quedó enterado de mi intención de abordar, calibró mi aspecto y decidió poner a prueba mis capacidades físicas, seguramente con la intención de reforzar mi autoestima, frenó su flamante vehículo y en el momento que yo apoyaba el pie derecho para subir arrancó de inmediato, al tiempo que me decía súbase en chinga joven que nos vamos a ir de volada pa’ que no se les haga tarde” obligándome a realizar un movimiento felino para proyectar mi cuerpo, con gracia y agilidad, hacia el interior del automotor evitando rodar por el pavimento, el chofer se sonrió y me dijo “ya ve, por no subirse en chinga casi se da en la madre, póngase a la vivas joven, lo bueno es que se alcanzó a alivianar agradecí la preocupación y las atenciones que puso de manifiesto el amable conductor que no obstante la tensión de su trabajo, se aseguraba de que no se nos hiciera tarde, reconocía mi buen estado físico llamándome joven en repetidas ocasiones y me compartía un trozo de su sabiduría al aconsejarme que mantuviera mis sentidos alerta.
Durante el trayecto, que realicé de pie en el pasillo ya que los asientos estaban ocupados por otros pasajeros, tuve que ir medio encorvado y sacando la cabeza por el hueco de uno de los respiraderos del microbús, ya que estos a transportes son de techo bajo (diseñados para personas de 1.60 metros como máximo y yo mido 1.88), lo que constituía un nuevo reto para mi capacidad física que superé adoptando una postura similar a las del yoga. Pude disfrutar de 15 minutos de entrenamiento por aceleración gracias a las vibraciones del pesero, así como a las frenadas y arrancones que me obligaban a sujetarme con firmeza y mantener el equilibrio, con lo que el trabajador del volante se aseguraba de que su consejo de que me pusiera “a las vivas” lograra fijarse en mi mente, al mismo tiempo escuchábamos a un volumen esplendido una destacada selección de música salsa en un exquisito ensamble realizado por “Sonido la Cha Cha Cha Changa”, todo un clásico de la época de los sonideros en la capital del País, que nos trajo bellos recuerdos a todos los pasajeros, eso sin mencionar una agradable y rica exposición de artículos relacionados con el equipo “América” que incluía un aguilita de peluche que colgaba del retrovisor, una toalla amarilla con azul con el escudo del equipo estampado con la que cubría el respaldo de su asiento para mayor confort, un poster del equipo pegado en la ventanilla y por supuesto la playera del equipo vestida con garbo y elegancia por el conductor, lo que me hizo suponer que podia tratarse de un seguidor de ese club.
Lo más increíble es que todo esto me costó ¡solo tres pesos! Una ganga si tomamos en cuenta el valor agregado que dan todas las amenidades que he descrito y que potencializan lo que en otras ciudades pudiera ser un simple servicio de transporte.
Y sí, llegamos “de volada” al metro, que por cierto, merece una mención a parte.

lunes, 17 de mayo de 2010

México en tus sentidos.


Como ya saben, hace poco que regresé a la Ciudad de México, después de una interesante y breve estancia en Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca, el cambio me ha caído por sorpresa y sinceramente espero que sea para bien, por lo pronto estoy más cerca de mi familia y eso me alimenta mucho, así que trataré de pasar el mayor tiempo posible con Elena, Uli y Erikc y arreglaré todo lo necesario para que pronto nos podamos reunir para vivir bajo el mismo techo los cuatro.

El sábado tres de abril, Elena y yo fuimos al centro que es uno de nuestros recorridos obligados cuando estamos en la ciudad de México, visitamos tiendas, vimos edificios, comimos: Ele tostadas y yo flautas de pollo, preparadas con la rapidez y precisión propias de la gente trabajadora de la capital, en un puesto que tenemos ubicado y que forma parte de nuestras tradiciones, platicamos mucho; Erikc regresaba de pasar unos días de vacaciones en La Paz, B.C.S., así que nos quedamos de ver con él en el zócalo, frente a la catedral, al llegar a la plaza de la constitución (nombre elegante del zócalo), había montada una estructura de metal y lona de grandes proporciones, resultó ser un “Museo Itinerante”, pensamos en entrar, pero una multitud variopinta que hacía grandes filas para ingresar nos hizo recapacitar y desistimos, así que en cuanto llegó Erikc, después de besarlo y abrazarlo como se debe, continuamos con el recorrido; sin embargo, se me quedo una fuerte curiosidad por ver la exposición.

El lunes siguiente, Ele y los niños ya en Querétaro y yo en mi trabajo, resultó que gracias a un beneficio de esos que sólo se dan en las oficinas, tuve la tarde libre y para aprovecharla me dirigí al centro nuevamente, encontré bastante decente la cola para entrar al “Museo Itinerante” así que me formé y en un pestañazo ya estaba dentro, se trata de una exposición fotográfica titulada “México en tus Sentidos”, el primer espacio te recibe con imágenes de múltiples miradas, fotografías de ojos de mexicanos, de todas las edades y colores, incluyendo estatuas y máscaras, todos te observan con expresiones variadas, a continuación, fotografías de alta definición, unas impresas en gran formato y otras cambiando en secuencias en grandes pantallas planas te dejan ver muchas cosas, retratos de charros, de indígenas, de gente de la ciudad, de la selva, de la montaña, del desierto, del mar, de los ríos y lagunas, de pueblos, se van combinando con paisajes, con edificios, con artículos cotidianos, con artesanías, trajes típicos, textiles, plantas, todo con mucho detalle y sobre todo con mucho color; a mi me gusta la fotografía en blanco y negro, pero al ver estas imágenes quedé convencido de que México tiene que retratarse a colores, porque los mexicanos somos gente de muchos colores, nacimos entre colores, con tierra que es negra, amarilla, verde, roja, blanca, cielos de todos los azules, atardeceres rojos y dorados, mares y ríos verdes y azules, comemos frutos de colores, vestimos a colores.

Se nota como las personas que entran platicando poco a poco van dejando de hacerlo y se detienen más frente a las imágenes, comienzan a usar las palabras solo para comentarlas, todos tratan de adivinar donde fue la locación, aventuran propuestas, yo me sentí muy contento al darme cuenta que una gran parte de lo que aparece en las fotografías ya lo conocía, lo he visto en vivo y en directo, lo he sentido con todo mi cuerpo, he estado en muchos lugares de mi País que hoy aparecieron en esas fotos, aunque algunas me gustaron más que otras, todas las disfruté.

Cuando uno termina de hacer el recorrido aparece el nombre del fotógrafo, se llama Willy Souza y aunque el nombre no lo representa es mexicano, tardó casi ocho años en hacer las tomas, que incluyen fotografías y videos en alta definición, para finalizar, entramos a una estancia donde nos proyectaron en tres pantallas gigantes un audiovisual magnífico que lleva a todos a la emoción, a mi me conmovió y me dejo una sensación muy agradable, de verdad siento que los extranjeros deberían verlo para conocer poco más de México, pero sobre todo ojalá que puedan verlo muchos mexicanos. Al salir, compré un poster de los voladores de Papantla y dos postales, una de los pescadores de Patzcuaro y otra de una iglesia en la montaña, busque las imágenes en la red pero no las encontré, seguramente las subirán pronto, valen la pena, quiero regresar para comprar un libro con una muestra de las fotos, hoy no había.

Por lo pronto les dejo un video que sí pude encontrar en la Red.

http://www.youtube.com/watch?v=t9bzBrAAnok

Saludos!!

Julices

viernes, 14 de mayo de 2010

Los chilitos.



Querétaro me gusta, me gusta el paisaje, el ambiente, los alrededores y las sorpresas que me da.

El fin de semana pasado fui con mi familia al mercado de la Cruz, ubicado a proximidades del ex convento del mismo nombre donde estuvo “en capilla” Maximiliano de Habsburgo antes de ser fusilado en el cerro de las campanas; nosotros solo fuimos al mercado, aunque en breve trataré de ir al convento.

Al caminar entre los puestos del tianguis, después de degustar unos ricos tacos de guisados a manera de desayuno, encontré un puesto en el que para mi sorpresa, la mercancía que se exhibía eran: ¡pirámides de vasitos desechables llenos de “chilitos” y “borrachitas”!, para los habitantes de la zona y particularmente a los de San Luis de la Paz, esto podrá no causarles sorpresa, pero para mí fue toda una revelación.

¿Que qué son los chilitos y las borrachitas? Ahhhh!!! Pues nada más y nada menos que algunos de los frutos del semidesierto que abarca parte de los estados de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí, y nacen de diferentes variedades de viznagas.
De niños, cuando íbamos a Vistahermosa, dentro de las actividades que desarrollábamos en el rancho de los abuelos, se encontraba el subir al enorme Pirúl al que llamábamos “El Club” en el que alguna vez grabamos las siglas “PUFPE” (explicarlas será motivo de otra plática), buscar hongos y verdolagas por las mañanas que seguían a los días de lluvia y por supuesto ir a la parte de atrás del bordo, al “monte” a buscar chilitos, borrachitas o garambullos; normalmente encontrábamos pocos, la tarea consistía en caminar entre magueyes, cardones, nopales, huizaches y mezquites, evitando las espinas de todos y localizar las biznagas de chilitos y de borrachitas. Es difícil encontrarlos, juntábamos pocos a costa de picarnos los dedos con las espinas, ¡la mayoría era devorada de inmediato!.
Los chilitos son pequeños frutos de un color rojo muy intenso y brillante, precisamente con forma de chiles muy pequeños, tienen un sabor sutil, dulce y un poco ácido, me compré un vasito y lo compartí con mis hijos, les platiqué que eran y me dio la impresión de que estaba dándoles un pedacito de mi niñez, al llegar a la casa, los que sobrevivieron, se integraron a una ensalada junto con una jícama, limón y chile (de a de veras) en polvo y la comí con mucho gusto, acompañado del recuerdo de mi hermano, mis hermanas y mis primos cuando éramos niños , por suerte en esta recolección de chilitos ninguno nos espinamos.

miércoles, 27 de enero de 2010

Los Primeros Recuerdos y mi Primera Infancia (tuve dos).


Nací en Naranjos, un pequeño pueblo ubicado al norte del estado de Veracruz, caluroso y con poca gracia según referencias de terceros, ya que hasta el día de hoy no he tenido oportunidad de conocerlo, ahí se encontraba trabajando mi padre y mi mamá estaba con él. Fui el segundo de una familia que finalmente llegó a acumular cuatro hijos, dos hombres primero, seguidos de dos mujeres.


Mi papá acostumbraba cambiar el lugar de residencia familiar frecuentemente, no se porqué, pero el hecho es que mis primeros recuerdos transcurren en la Ciudad de Querétaro, yo estoy solo, sentado en el suelo, recargado en la pared de la casa que ocupábamos en ese momento, en el patio, bajo una especie de puentecito o techo angosto en el que me resguardaba de la lluvia que caía en ese momento, estaba enojado por algo que seguramente era poco importante ya que no recuerdo el motivo, aunque no era raro que yo me enojara, hasta la fecha mi mamá llega a hacer bromas adjudicándome que durante mis exabruptos decía “estoy tan jurioso que hasta me luele el celebro” y es cierto, yo también me acuerdo de eso; creo que lo que más graba los recuerdos en nuestra memoria son las emociones, en mi caso mi primer recuerdo es esa emoción de disgusto, recuerdo lo que sentía y el entorno, ese lugar donde me estaba alejando de todos, la lluvia que caía, la pared fría en mi espalda, lo duro del suelo, lo extraño es que no tengo la menor idea de la razón de mi enojo, aunque pensándolo bien esa es una ventaja, olvide lo que me disgustó, olvidé “lo malo” y eso hace que lo demás se haya convertido en “lo bueno” y lo bueno es que aun lo recuerdo.

domingo, 24 de enero de 2010

Los sabores compartidos.

Hace unos cuantos días que me cambie a vivir a esta población (Santiago Juxtlahuaca) del estado de Oaxaca, México y poco a poco estoy tratando de asimilar el cambio.

Mi familia se quedo lejos de mi, parte por necesidad de los estudios de mis hijos y parte por desajustes de carácter personal, pero el hecho es que los días, semanas, meses o años que pase aquí viviré solo y pasaré la mayor parte del tiempo en mi habitación, acompañado de mis libros, mi computadora y mi televisión (¡Agradezco a la televisión satelital los ruidos humanos con los que invade mi espacio aunque no la vea!), así que tendré tiempo de ver crecer las plantas,presenciaré el cambio de las estaciones y pensar en cosas diversas, simples o complicadas.

Como siempre es más fácil comenzar por las simples, hoy por la mañana, llegué a la mesa del comedor después de atender asuntos del trabajo y me sirvieron como desayuno un consomé de barbacoa acompañado de un plato con carne y salsas variadas para hacer tacos; he tenido la oportunidad de recorrer diferentes lugares de mi país y la barbacoa es una constante en todos ellos, solo que en cada lugar se prepara en una versión diferente.

En mi infancia, la barbacoa se preparaba en el rancho de mis abuelos maternos: Enrique y Carmela; era un evento que comenzaba temprano por la mañana, y aunque muchos participaban, mi tío Enrique tomaba un papel preponderante y se asumía como el "master chef" del proceso, abrían el pozo y verificaban las piedras, las pencas de maguey y nopal y la leña, seleccionaban un borrego, lo sacrificaban, lo destazaban y comenzaba un trajín de muchas personas, mujeres que preparaban las tripas, la moronga, la chanfaina y hombres que preparaban la carne y la metían al horno de pozo para que se cociera, el resultado era un consomé de color marrón turbio, con arroz y garbanzos además de otros aderezos y una carne suave que se deshacia al hacer los tacos de tortillas hechas a mano, comíamos en familia, abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y amigos, el ambiente se saturaba de aromas deliciosos, de voces familiares y risas, de alegría.

Todos compartíamos la comida y mediante ella nos integrábamos como parte de un grupo familiar, esa barbacoa muy desgraciadamente ya no se prepara más, su sabor quedó solo en mi memoria y estoy seguro que también en la de los otros miembros de mi familia, no la volveremos a comer, por eso las barbacoas que encuentro ahora siempre pierden con la comparación, porque nunca tendrán lo que hacia especial a la otra, jamas podrán volver a aderezarse con la reunión de los miembros de mi familia que ya no están, con los que están lejos y los que ya no quieren estar, pero sobre todo lo que nunca regresará son los ojos, los oídos, la boca, la naríz y la piel que tenía en mi infancia y que aunque ahora son los mismos, ya no saben sentir igual.

Seguiré probando barbacoas buenas y malas, con chile, de res, borrego, chivo o pollo, caldosas o secas, ya tengo una en una calle de la ciudad de México que forma parte de mi familia, la que tengo ahora, cada vez que logramos ir a comerla juntos, además de satisfacer nuestro sentido del gusto y nuestros estómagos, nos recuerda que somos parte de algo, eso le da su sabor especial.

24 de enero del 2010.